Como hábiles y primorosos plegados, como hojas plateadas que movía el viento
hacía pajaritas de papel que te susurraban al oído un canto de ensueños, y a solas,
en la intimidad de su cuarto, les enseñaba a volar.
Una tarde de otoño, un fuerte viento abrió la ventana, y en una ráfaga propicia, luz
plateada, escaparon en bandadas todas las pajaritas, como pimpollos dorados que
surcaban el cielo.
Desengañado y dolorido, el hombre redoblo muy delgado su manto plateado, y
largo su más fino papel, hoja traslucida al sol, y con él se atravesó el corazón.
Natalia Julieta Mandrile
Morteros, 05/08/2011
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